Bartolo no es solo un nuevo local gastronómico en Salta: es una historia de familia, música y empanadas tejida con amor desde hace generaciones. Lucía, una de las caras visibles del emprendimiento, nos cuenta que este sueño comenzó hace mucho tiempo, en la cocina de su casa, con su mamá Marta como alma mater de la receta familiar.
“Mi mamá hace empanadas desde que tengo memoria. Siempre vendimos desde casa, hasta que un día decidimos animarnos a tener nuestro propio local”, cuenta emocionada. La aventura incluye también a su hermana Vania, su esposo, sus hijos y, por supuesto, a Marta, la cocinera estrella de la familia. Todos aportan lo suyo en esta propuesta que combina lo mejor de la cocina casera con el arte que corre por las venas del clan.
Y es que además de cocinar, esta familia canta. “Mi mamá es profesora de guitarra, piano y canto. Desde siempre tuvo un grupo de mujeres que interpretan folklore, y hace dos años y medio yo también me sumé. Mi hijo toca la guitarra con nosotras, mi esposo es músico… todos, de alguna manera, compartimos la música”, dice Lucía.
En ese clima de canciones y recetas nació Bartolo, nombre que heredaron del antiguo local donde hoy funciona el emprendimiento. “El lugar nos lo alquila un amigo. Él también vendía comida ahí y el lugar se llamaba Don Bartolo. Nos gustó el nombre, nos pareció simpático y decidimos dejarlo. Hicimos una votación familiar y ganó Bartolo”, ríe.
El local está ubicado en Pedernera 676, casi esquina Entre Ríos, entre los pasajes Cabildo y Primera Junta. En redes sociales se los puede encontrar como @bartolo.salta, donde comparten sus propuestas y el detrás de escena familiar.
En Bartolo, las empanadas son protagonistas, pero no están solas. También ofrecen pizzas, hamburguesas, canelones, ñoquis, milanesas —incluso de berenjena— y platos como pollo a la mostaza. Todo casero, todo fresco. “Todo es artesanal, hecho a mano. Los ñoquis, las pastas… todo se prepara con dedicación. Nosotras vamos aprendiendo de mi mamá, que es la que sabe”, afirma Lucía.
Bartolo es, en definitiva, mucho más que un local de comidas: es una casa que huele a horno caliente, suena a zamba y se llena de risas. Una apuesta salteña que conjuga sabores y melodías, con el sello inconfundible del trabajo en familia.