Los Dagum de Lanas El Tío: una familia que tejió lazos fuertes con sus clientes

Hace 58 años que Enrique Dagum junto a su señora y algunos de sus hijos, se dedica al comercio. Casi por casualidad, se dedicó a vender lanas y hoy es dueño de uno de los negocios más emblemáticos y reconocidos por generaciones enteras de tejedoras salteñas. 

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Un 29 de abril de 1961, el joven Enrique Dagum en sociedad con su hermano Oscar, se aventuró a abrir su propio negocio, la famosa tienda “El Tío” en la que se vendía ropa, frazadas, valijas, bolsas y algunos ovillos de lana de tejer.

Al principio, este local funcionaba en la calle Florida 178 como una sucursal de la tienda “El Indio”, administrada originalmente por su padre, Jacobo Dagum y Héctor, su hermano mayor, más conocido como “Chicho”; hasta que llegó la época de furor del calzado plástico en la que lograron independizarse económicamente.

“En ese momento, nosotros agarramos una representación de calzado Panam y Skippy. Vendíamos cosas muy bonitas, ojotas, sandalias y zapatillas para chicos y grandes. Recuerdo que los comerciantes de Bolivia llegaban a nuestro local a comprar grandes cantidades para después venderlo allá”, recordó don Enrique, en una entrevista con IN Salta.

En 1963 y ya con el negocio en marcha, Dagum se casa con Blanca Edith Mohr, quien además de ser su compañera incondicional durante todos estos años, se convirtió en su socia comercial, ya que su hermano Oscar decidió retirarse de la sociedad. 

 “Oscar me dijo que él era bohemio y que quería dedicarse a otra cosa, entonces me pidió el auto, unos mangos y me dejó el negocio. Desde ese momento y hasta hace 4 años, mi esposa siempre estuvo a la par mía. Fue mi mano derecha para todo. Actualmente, sigue viniendo pero sólo unas pocas horas al día”, contó Enrique.

De mudanza en mudanza

Corría el año 1965 cuando la tienda El Tío se mudó a la calle Ituzaingó 158, pero los dueños sólo accedieron a alquilarle el local a Dagum con la condición de que les comprara toda la estantería del negocio que antes funcionaba en ese lugar. El problema era que los estantes eran altos y anchos, entonces sobraba mucho espacio. 

“Conversando con mi hermano mayor, él me dice que tenía el depósito de lana arriba de su negocio, en El Indio, y me ofrece llevarme los ovillos para usarlos como relleno. Después se me ocurrió poner unas cuantas madejitas en la vidriera y ahí comenzó todo. Si bien, al principio tenía camisería, ropería y de todo un poco, tipo tienda, al año comencé a dedicarme exclusivamente a vender lana”, recordó Enrique.

En el ’74, El Tío vuelve a mudarse y la calle Urquiza al 740 fue el lugar elegido. En ese momento, el negocio ya se había consolidado como uno de los pocos que se dedicaban a la venta exclusiva de lana en grandes cantidades. Cuando Dagum se enteró que se vendía la propiedad que estaba al frente de su local (en la que funcionaba la Talabartería “El Potro”), no dudó en invertir su dinero para comprarla y dejar de ir de alquiler en alquiler. 

Así fue que en 1982 se instaló en Urquiza 727 y luego de realizar algunas reformas como ampliar la vidriera, bajar el piso y construir un depósito, comenzó a trabajar ininterrumpidamente hasta la actualidad.

Durante algunos años, su hijo también Enrique estuvo en el negocio familiar pero después decidió emprender su propio proyecto junto a su esposa y fue entonces cuando su hermana melliza, Verónica, se hizo cargo de Lanas El Tío, con el respaldo y acompañamiento de su padre.

Esplendor y crisis

Desde el ‘65 hasta mediados del ‘75, el negocio tuvo su época de mayor esplendor porque salió al mercado la máquina de tejer KNITAX y la lana se vendía como pan caliente. Con la implementación de esta nueva tecnología, los tiempos para tejer se acortaban y a veces, las clientas llevaban material para hacer dos o tres sweaters por día. 

Sin embargo, no todos los años fueron de gloria. La crisis económica reciente ha golpeado fuerte a las pymes y este negocio no ha sido la excepción, ya que las ventas suelen ser muy buenas en invierno porque los clientes compran lana en cantidad pero no sucede lo mismo en verano. A esto se suma una operación compleja de don Enrique que lo dejó fuera de juego unos meses hasta que logró recuperarse con éxito.

Las generaciones de tejedoras

Desde hace 58 años Dagum tiene trato directo y especial con sus clientes. A pesar de su edad avanzada y sus pequeños problemas de salud, se mantiene firme, detrás del mostrador o en su taller, colaborando con la elección de cada clienta.

“Soy muy habilidoso, tengo un tallercito arriba donde hago mis telares. No puedo estar quieto ni calladito, siempre tengo que estar haciendo algo así que me puse una carpintería chiquita arriba del negocio con mis máquinas y el serrucho”, reveló don Enrique, casi en secreto.

Además, es un hombre de comercio muy querido en la zona. Es común que la gente lo salude y lo llame “tío” cuando lo encuentran caminando por las peatonales o yendo al banco a hacer algún trámite.

Generaciones enteras de tejedoras han visitado su local. Bisabuelas, abuelas, mamás, hijas y nietas se han acercado a comprar lanas para sus tejidos y son sus clientas más fieles.

“Nuestro producto estrella, lo que más se demanda actualmente, es el cashmilón una lana acrílica más barata que las otras, que viene en un gran colorido, entonces un 70% de la gente se vuelca a eso. El 30% restante elige lana linda, de mayor calidad y más suavecita y un 5% de mis clientas usa el tejido como terapia, tejen para sus familias”, finalizó Enrique Dagum.

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